jueves, 24 de julio de 2014

E-Book: Aprender a aprender



La enseñanza, como tal, ha perdido mucho de su solemnidad. Estamos dejando atrás el modelo estático en donde el profesor –considerado una especie de Dios, y un Dios punitivo, valga la afirmación es el que derrocha sabiduría: de ahí su superioridad, y toda duda merecía la desaprobación, cuando no la descalificación, del que se atreviera a hacerlo. Los estudiantes, que eran el eslabón más débil, debían escuchar, tomar apuntes (como sea, pues a nadie se le ocurrió darles una formación para eso y aprenderse todo de memoria hasta que llegaba el temido examen).

Todo eso, afortunadamente, está cambiando. El profesor no tiene que soportar la carga de ser semidiós (aunque algunos, supongo, han de extrañar el poder); pero ese poder se ha transformado. Sin entrar en anarquías, o hacer revueltas, el papel que el estudiante tiene en su propia enseñanza es vital, por la simple razón de que son éstos -los alumnos- los que van a aprender, y no textos para repetirlos de memoria, y olvidados una vez que pasen el examen.

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