Inicialmente el estrés puede dinamizar la actividad del
individuo provocando un proceso de incremento de recursos (atención, memoria,
activación fisiológica, rendimiento, etc.) que hace aumentar la productividad.
Sin embargo, cuando este proceso de activación es muy intenso o dura mucho
tiempo, los recursos se agotan y llega el cansancio, así como la pérdida de
rendimiento.Para realizar tareas complejas, o
para aumentar la velocidad en tareas simples, se necesita un cierto grado de
activación. Sin embargo, un exceso de activación dificulta la realización de
dichas actividades.
Las consecuencias negativas del
estrés son múltiples, pero a grandes rasgos, cabe señalar su influencia
negativa sobre la salud, así como sobre el deterioro cognitivo y el
rendimiento.
El estrés puede influir negativamente sobre
la salud por varias vías, como son:
1) por los cambios de hábitos relacionados con la salud,
2) por las alteraciones producidas en los sistemas
fisiológicos (como el sistema nervioso autónomo y el sistema inmune) y
3) por los cambios cognitivos (pensamientos) que pueden
afectar a la conducta, las emociones y la salud.
En primer lugar, el estrés modifica los hábitos
relacionados con salud, de manera que con las prisas, la falta de tiempo, la
tensión, etc., aumentan las conductas no saludables, tales como fumar,
beber, o comer en exceso, y se reducen las conductas saludables, como
hacer ejercicio físico, guardar una dieta, dormir suficientemente, conductas
preventivas de higiene, etc. Estos cambios de hábitos pueden afectar
negativamente a la salud y, por supuesto, pueden desarrollarse una serie de
adicciones, con consecuencias muy negativas para el individuo en las
principales áreas de su vida, como son la familia, las relaciones sociales, el
trabajo, la salud, etc. Veamos algunos datos:
(1) en algunas profesiones altamente estresantes hay tasas
más altas de tabaquismo, alcoholismo y otras adicciones;
(2) esto también es cierto en trabajadores desempleados,
frente a lo que tienen trabajo;
(3) las personas con obesidad presentan niveles de ansiedad
más altos que las personas que no presentan obesidad;
(4) los trastornos de alimentación (anorexia y bulimia)
también están muy ligados con ansiedad;
(5) muchas personas con fobia social tienen problemas con el
alcohol.
A su vez, el desarrollo de hábitos perniciosos para salud,
como es el caso de las adicciones, hace aumentar el estrés. Los programas de
intervención para la reducción del peso, o los programas de intervención en
adicciones, o el tratamiento de los trastornos de alimentación, etc., deben
incluir técnicas de reducción de ansiedad y manejo del estrés, pues cuando así
se hace mejoran su eficacia.
En segundo lugar, el estrés puede producir una alta
activación fisiológica que, mantenida en el tiempo, puede ocasionar
disfunciones psicofisiológicas o psicosomáticas, tales como dolores de cabeza
tensionales, problemas cardiovasculares, problemas digestivos, problemas
sexuales, etc. (Labrador y Crespo, 1993); a su vez, el estrés puede producir
cambios en otros sistemas, en especial puede producir una inmunodepresión que
hace aumentar el riesgo de infecciones (como la gripe) y puede aumentar la
probabilidad de desarrollar enfermedades inmunológicas, como el cáncer (Cano
Vindel y Miguel Tobal, 1994). Veamos datos:
(1) los pacientes hipertensos presentan niveles de ansiedad
e ira más altos que las personas con presión arterial normal;
(2) las personas que sufren arritmias, cefaleas, asma,
trastornos de piel, disfunciones sexuales, trastornos digestivos, contracturas
musculares, etc., por lo general presentan altos niveles de ansiedad;
(3) los estudiantes en época de exámenes (su principal
periodo de estrés) son más vulnerables a la gripe o a enfermedades infecciosas
de tipo pulmonar, siendo más vulnerables las personas con alta ansiedad a los
exámenes.
Los programas de entrenamiento en reducción de ansiedad
mejoran el bienestar psicológico en todos estos casos, pero también disminuyen
la activación fisiológica y mejoran los síntomas físicos de estas enfermedades
(reducción de la presión arterial, disminución de la taquicardia en las
arritmias, eliminación del dolor en las cefaleas, etc.
En tercer lugar, el estrés puede desbordar al
individuo de manera que comience a desarrollar una serie de sesgos o
errores cognitivos en la interpretación de su activación fisiológica, o de
su conducta, o de sus pensamientos, o de algunas situaciones, que a su vez le
lleven a adquirir una serie de temores irracionales, fobias, etc., que de por
sí son un problema de salud (los llamados trastornos de ansiedad), pero
que a su vez pueden seguir deteriorando la salud en otras formas. Por ejemplo,
una persona sometida a estrés prolongado puede llegar a desarrollar ataques de
pánico, o crisis de ansiedad, que son fuertes reacciones de ansiedad, que el
individuo no puede controlar, con fuertes descargas autonómicas, temor a un
ataque al corazón, etc. Durante esta crisis el individuo interpreta
erróneamente su activación fisiológica y piensa que le faltará el aire (cuando
realmente está hiperventilando), o que morirá de un ataque al corazón, o que se
mareará y caerá al suelo, o que se volverá loco, etc. Posteriormente, estos
ataques de pánico suelen complicarse con una agorafobia (evitación de ciertas
situaciones que producen ansiedad), con una dependencia de los ansiolíticos, a
veces con reacciones de depresión por no poder resolver su problema, etc.
(Peurifoy, 1993; Cano Vindel, 2002). Estos trastornos de ansiedad son mucho más
frecuentes en mujeres que en varones (de 2 a 3 veces más frecuentes), pero por
lo general una crisis de ansiedad coincide con un periodo de mucho de estrés
que se ha prolongado un cierto tiempo. Entre un 1,5% y un 3,5% de la
población sufre trastornos de pánico con o sin agorafobia. La edad de aparición
se encuentra entre los 17 y los 35 años, justo en su edad más productiva.
El estrés también puede ocasionar una
serie de perturbaciones sobre los procesos cognitivos superiores
(atención, percepción, memoria, toma de decisiones, juicios, etc.) y un
deterioro del rendimiento en contextos académicos o laborales (Cano Vindel y
Miguel Tobal, 1996), laborales (Cano Vindel y Miguel Tobal, 1995), etc. Así,
por ejemplo, los estudiantes con alta ansiedad de evaluación presentan una
disminución del rendimiento, mientras que los programas de entrenamiento en reducción
de ansiedad a los exámenes no sólo reducen ésta, sino que mejoran el
rendimiento académico, aumentando la nota media.
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